jueves, 8 de mayo de 2014

8 de mayo

El cielo espesó y atrajo la mirada de todos. Las amas de casas se asomaban por la ventana en busca de alguna razón del cielo para no tender la ropa. Se sabía que el sol no había muerto porque aun donaba su luminiscencia, como el que ve entre las rejas. De repente decidió el cielo dar su primer rugido, aguerrido, multi-vocal. Los niños se tapaban sus oídos y se aferraban a las piernas de sus padres. Los autos se asustaron y las alarmas unísonas se activaron. Todos esperaban mientras apretaban los pasos a algún refugio. Los árboles, siempre dóciles y nobles se doblaban con el viento; los nidos de los pájaros se tentaban al suelo. Los kioscos de espera del autobús se rebosaron. Un miedo parecido al que despertó el diluvio universal embargó a la ciudad, solo que esta vez no había ningún ungido que los salvara o los rechazara.

Volvió el estruendo de las alturas, esta vez con alaridos más gruesos y largos. De ese choque de nubes un lamento calló a goteos hasta arreciar y hacer que las faldas y los pantalones se encogieran. En medio de esta lluvia estaba ­­­­­­­­­­­­­­­_______________ disfrutando y reconociendo en cada parte de su piel el venir indistinto del aguacero. Un minuto, dos minutos, tres y sus brazos seguían abiertos, queriendo abarcar el cielo entre sí, o parte de él, para reconocerlo, y se acunara adentro suyo, y robarle su secreto y ella/el  el suyo. Era su momento, nadie más lo quería, gozaban de aquella intima compañía. Luego de este encuentro como dos amantes que los separa la canícula de la luz, y sin decirse adiós, se dejó secar por los brazos del sol. 

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